Yo me entiendes

X: Todo eso que escribes de ¡Menuda zorra! ¿va en serio? ¿Es lo que piensas? ¿Es real?

R: Claro.

[…]

X: No sé. ¿Qué hacemos ahora?

R: A mí no me molesta que estés equivocada.

X: Tienes razón. Te pasas de chulo.

[…]

X: Bueno, ¿qué hacemos? En serio. ¿Nos despedimos o qué?

R: Por qué me lo preguntas a mí. Haz lo que sientas.

Y así fue como X salió de mi vida tan pronto como entró.

Hasta ese momento nos habíamos caído bien y nos habíamos reído bastante.

Cuando en No puedes ser escritor afirmo: Si te cubres los hombros con el jersey quitado no puedes ser escritor, tú entiendes que ese modo de portar dicha prenda se me antoja tan pijo como amanerado.

Cuando hace unos días sentencio que la única característica que precisa una mujer para poder enamorarme es tener gafas, tú sabes que es simplemente una forma hiperbólica de indicar que las gafas siempre han sido una de mis debilidades estéticas.

Cuando escribo ¡Menuda zorra!, tú interpretas que el feminismo actual me parece una moda patrocinada por los políticos para ganar votos, que no beneficia a la mujer sino que la degrada, que no promulga la igualdad sino el privilegio, y que no armoniza la convivencia entre sexos sino que la crispa.

Algo en ti te lleva a saber que yo no creo que la forma de llevar el jersey determine tu futuro literario.

Algo en ti te impide exclamar: ¿¡Sólo te importa que tenga gafas!? ¿¡Y qué pasa con la bondad, el sentido del humor y todos los otros valores!?

Algo en ti hace que no me consideres un cerdo machista cuando expongo mis ideas sobre el feminismo.

Ese algo se llama inteligencia.

La inteligencia te permite, en primer lugar, comprender lo que yo quiero decir. Y en segundo lugar, discrepar de mis ideas sin que esa discrepancia nos distancie.

Escribo para mí y publico para ti. Pero no para un ti cualquiera.

Esta criba hace que sólo me lean personas inteligentes.

Este tamiz hace que sólo salga con mujeres inteligentes.

Este cedazo hace que sólo tenga amigos inteligentes.

Este garbillo hace que sólo quede con personas inteligentes para tomar café.

Hay un pájaro que va mucho a Aleatorio!, que me eliminó de Facebook y luego me dijo que lo hacía porque yo era un misógino. La hipocresía no conoce límites. Resulta que este pájaro amenazó con suicidarse a su compañera de piso si no seguía con él. El feminista. Este pájaro, estaba yo hablando el otro día en la Tabacalera con una mujer —que resultó ser su novia, rollo o lo que fuera— y, tras interrumpirnos una primera vez para hacerse notar, nos interrumpió una segunda para, literalmente, tomar a su novia por el brazo y llevársela. Como si fuera suya. ¿Qué te pasa, pajarito, tenías miedo de que me la ligara?

Esto es sólo un ejemplo. Puedo aportar argumentos en contra de cada fulano que ha rajado de mí en nombre de mi supuesto machismo. Y todos son iguales: aliados feministas en la teoría, repugnantes individuos en la práctica.

Sin embargo, ninguna novia, amiga o conocida de tomar café dirá jamás que el trato que le he dispensado ha sido machista. Todo lo contrario: las mujeres siempre me hacen saber lo bien que se sienten a mi lado.

Lucas 23:34.

Y por cierto, sigo vendiendo ejemplares de ¡Menuda zorra! a buen ritmo. ¿Qué? ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo?

Al escribir, me posiciono. Al leer, te posicionas.

Que esta gentuza de los bares poéticos vaya por ahí hablando mal de mí, o que X dé por concluido nuestro conato de amistad tras leer lo que opino del feminismo, lo que permite en realidad es que, de manera natural, cada cual ocupe su lugar.

Ellos, ahí.

Y tú y yo, querido lector, aquí.

2018-10-17

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