Vietnam, te amo (6): Hanói era su ciudad y siempre lo sería

Si yo fuera psicólogo, lo primero que haría sería recomendar a mis pacientes que fueran a Hanói.

¿Te ha dejado tu novia? Vete a Hanói.

¿Te han echado del trabajo? Vete a Hanói.

¿Unas voces te piden que te tires por el balcón? Vete al psiquiatra.

El taxista nos ha recogido en el aeropuerto y, tras un trayecto significativo sonorizado por reiterados solos de tos —al término del viaje concluiremos que toser es requisito para ser taxista en Vietnam—, el vehículo cruza el puente sobre el Río Rojo.

La proximidad del pretil asusta a María.

—¡Ay, ay, ay! —exclama una vez más, consolidando esas tres interjecciones como la banda sonora mariachi de estos días.

Te lo diré sin ambages: enrolla tus camisas, guárdalas en la mochila, compra un pasaje y sal hacia Hanói.

Nuestro hotel se llama Bendecir, pero no hay que dejarse confundir por los false friends.

Parada innegociable en Café Giang, antiquísima cafetería en la que —dice la leyenda— nació el café con huevo.

El local es agradablemente auténtico. Subimos a la segunda planta. La temperatura es buena —estamos en enero—, pero en verano debe de hacer bastante calor, a juzgar por los múltiples aparatos de aire acondicionado y ventiladores de techo que cohabitan en las salas.

Para que el café conserve su temperatura durante más tiempo, la taza reposa sobre un platillo cóncavo con agua caliente. Parece increíble que en España nadie adopte tan agradecida práctica.

Mientras cruzábamos el puente, María despotricaba contra la ciudad: era cutre, era sucia y reunía las peores características de China. Una hora más tarde, después de mezclarnos estrechamente con la vida, como dijo el poeta, ha cambiado radicalmente de opinión. La ciudad le gusta. Le encanta.

El lago y el puente.

Atravesar cualquier carretera: una odisea.

Hay dos calles famosas por las que pasa la vía del tren. Una, la primigenia, tiene restringido el acceso a las personas. Si no vas a consumir en alguna de sus cafeterías, no te dejan pasar. Por lo pronto, no va a ser el caso, de modo que el photocall de rigor lo hacemos en la otra.

La caminata prosigue y llegamos al Templo de la Literatura. Abonamos la entrada y en sus dependencias me conjuro conmigo mismo para escribir en el futuro cercano un best seller en la categoría de novela.

Caminamos otro rato hasta las proximidades del Mausoleo de Ho Chi Minh. No es esta construcción la que nos interesa —Ho Chi Minh is a son of a bitch, you know—, sino la cercana Pagoda del Pilar Único. María ha leído que encomendarse a las divinidades que moran este templo favorece la maternidad. Y quién es un ingeniero informático y científico de datos en potencia para contradecir en materia tan rigurosa a una abogada laboralista mística.

De regreso al hotel apreciamos el célebre complejo de cafeterías en el que se halla, entre otros, el City View Cafe.

Desde la azotea del hotel obtenemos una vista panorámica de la ciudad al anochecer. Antes, cuando visitaba una ciudad, me conformaba con entrar en su mejor librería y en su mejor cafetería. Ahora siento que es necesario también disfrutar de una vista de pájaro de la misma.

Cenamos en New Day Restaurant, un clásico de la zona. Desoímos, sin embargo, los machacones cantos de sirena de los comerciales de la Calle de las Cervezas.

2023-02-27

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