Vietnam, te amo (4): ¿Has probado el cao lau?

Volamos a Hoi An con Vietnam Airlines, la aerolínea de vuelos domésticos que intuitivamente nos parece más fiable.
Las azafatas lucen curiosos vestidos de color verde retro. El vuelo es placentero.
Nuestro hotel se halla un tanto alejado del núcleo urbano, lo que se traduce en una caminata de unos veinte minutos por una delgada acera que nos obliga a efectuar frecuentes invasiones de la calzada.
Al elegir este hotel tuve en cuenta la ubicación. En una gran ciudad lo que está a un kilómetro del centro se considera parte del mismo. Pero en una ciudad pequeña queda probado que la afirmación anterior no se sostiene. El hotel, además, se exhibía en la página de reservas con aires de nobleza, condición que la realidad desmonta con meteórica crueldad.
Las construcciones apenas levantan dos plantas del suelo. Amarillo, blanco, azul, columnas, colonial.

Tanto la guía de viaje como una amiga de María recomiendan el restaurante Morning Glory. Allí probamos el cao lau, un plato típico de la zona, que no es más que fideos de arroz con cosas y, al mismo tiempo, es mucho más que eso.
Acompañando a la comida, una infusión de jengibre. Se convertirá en mi primera opción durante todo el viaje.
El río, agente embellecedor de primer orden, invita a ser navegado. De que aceptemos tal ofrecimiento trata de asegurarse una anciana de mil quinientos treinta y ocho años. A pesar de su edad sigue trabajando con infatigable empeño.
El preceptivo paseo en barca justifica la caída en el tópico al regalarnos unas fabulosas acuarelas con luciérnagas polícromas. Los reflejos de los cientos de faroles sobre la vibrante superficie acuosa mientras cae la noche y un cantante y su guitarra hacen sonar Space Oddity proclaman el intrínseco valor de la belleza.
Sin exageración puedo afirmar que María me salva la vida. Le estoy haciendo una foto cuando me comunica con insistencia algo que no soy capaz de interpretar hasta que súbitamente comprendo el peligro y tengo el tiempo justo para volverme y agacharme sin que mi cabeza impacte contra el puente. Las consecuencias habrían sido catastróficas.
Es tradición encender una vela y depositarla flotando en su farol al tiempo en que se formula un deseo. María lo hace en dos ocasiones, considerando incluso hacerlo una vez más.
Damos un paseo por el mercado de la ciudad, o por la ciudad del mercado, porque no queda muy claro cuál contiene a cuál. Un individuo toca una bellísima melodía con un instrumento que creo identificar como una mandolina. [Si reconoces la melodía, escríbeme.]
Como buenos turistas, contratamos un masaje de pies. Dos veinteañeras se afanan en la labor mientras la algarabía del río Thu Bon se decanta en el interior de nuestros entrecerrados ojos.
2023-02-04