Querido Dragó

Para empezar, y por si acaso, ríete de todo, porque nada importa nada.
Ayer murió Fernando Sánchez Dragó.
Sirvan estas misivas que intercambiamos como pequeña muestra que ilustre lo que Dragó ha significado y lo que seguirá significando para mí:
Querido Dragó:
Te escribo unos días más tarde de lo que me gustaría. Quise hacerlo en cuanto leí tu artículo
Mi último viaje, pero ya se sabe que entre la voluntad y la acción se extiende un campo de minas camboyano.Si te quise escribir entonces y te escribo ahora es porque la lectura de tu artículo me conmovió. Sucede cada vez que te percibo melancólico en tus textos, algo que, por fortuna, no sucede más de una o dos veces al año.
Lamento que estas palabras de ánimo te lleguen a destiempo. Albergo la esperanza de que al menos actúen como futuro paliativo si las circunstancias así lo requieren.
Déjame que te cuente.
En aquellos tiempos yo vivía en Torre del Mar, Málaga. Te había visto alguna vez por televisión en un pequeño aparato que mi madre tenía en la cocina. Presentabas programas de libros. Pero tan vago había sido mi contacto con tu existencia, que no tenía una opinión formada sobre ti más allá de que no me caías mal –lo cual, en mi caso, ya era mucho decir–.
No fue hasta dos mil ocho cuando, trabajando yo para Telefónica I+D allá por el barrio de Hortaleza, me marché un día a comer solo en la pausa para el almuerzo. Les había comunicado a mis compañeros que había quedado con una persona para que no se ofreciesen a acompañarme. Y entré en un Vips en Mar de Cristal.
Mi intención, naturalmente, era comer solo para poder leer. Y al pasar junto a uno de los expositores, me topé cara a cara con tu libro Y si habla mal de España… es español.
¿Por qué decidí comprarlo si parecía hablar sobre política y nunca me había interesado la política, si versaba sobre España y, como buen español, maldito el entusiasmo que me despertaba mi país, si nunca había leído nada de su autor? Misterios de la psique humana.
Ahora, al rememorarlo, me inclino a aventurar que tuvo que ser porque al abrir el libro por una página al azar y aplicar el criterio de evaluación del párrafo aleatorio, el fragmento leído debió de gustarme. Diré más aún: aquel párrafo debió de provocar en mí esa sensación de chispazo milagroso que te conecta con otro ser humano hasta el punto de comprender con nitidez cristalina que ese otro ser humano es uno de los tuyos.
Ese instante en que comencé a leer tu obra, querido Dragó, me cambió la vida.
De aquellas yo estaba en uno de esos momentos en que la única certeza que uno tiene es su nombre. Y solo mientras tiene el DNI encima de la mesa. Llevaba muchos meses enlodazado en los detritos de una relación más extinta que el demonio de Tasmania. Escribía desde los doce años, sí; pero todavía no actuaba como si la escritura fuera lo más importante de mi vida. Y me gustaba viajar, en efecto. Pero no había descubierto Asia.
Tus escritos me guiaron. Me dieron fuerzas. Me descubrieron nuevos caminos, nuevos autores, nuevos lugares. Me despertaron. Leerte fue como hallar el Aleph. En definitiva: tu literatura me cambió la vida porque me insufló unas incontenibles ganas de vivir.
Por eso quiero devolverte ahora aunque sea una pequeña parte de ese impulso que entonces me diste y que me sigues dando con cada texto que publicas.
Querido Dragó: claro que vas a volver a Japón. Volverás dentro de unos años, con Akela. Y recorrerás con él los siempre cambiantes recovecos de la ciudad tokiota. Puede que a los noventa y tantos no te apetezca pegarte un viaje de trece horas con Iberia. Y harás bien si lo evitas. A mí, con treinta y nueve, tampoco me apetece. Es una paliza. Llegarás a Narita desde Bangkok, desde Hanói o desde Nom Pen, y te ahorrarás unas cuantas horas de vuelo. Pero sin duda volverás a Japón.
Y por eso no hay lugar para la melancolía, querido Dragó. Aunque todo haya cambiado. Porque tú, precisamente tú, has alumbrado en mi la atracción por el cambio, por lo nuevo, por lo desconocido. Porque como dice nuestro apreciado Luis Alberto de Cuenca,
la nostalgia es un burdo pasatiempo.P. D. Estuve en Japón por segunda vez a finales de octubre y principios de noviembre. Fui solo. Fue mi primer viaje solo. A viajar solo también me enseñaste tú.
Gracias.
* * *
Querido Rafa: sigo en Tokio. Vuelvo el 18.
He dejado pasar unos días sin responderte, porque una misiva tan hermosa, tan generosa y tan alada como la que me enviaste exige reposar en barrica para ser asimilada por su destinatario. En modo alguno llegan a destiempo tus palabras, pues sigo braceando, no sin melancolía, por este estanque de mi larga juventud en el que desaguan las nieves de antaño. Si mi lamento en Dragolandia te conmovió, más me conmueve a mí el canto a la amistad salido de tu pluma y la historia de cómo llegaste a mí y descubriste que soy uno de los tuyos. Así es Rafa. Tú y yo, como Kaa le silbaba a Mowgli, llevamos la misma sangre. Exageras cuando me atribuyes la condición de Aleph que en un determinado momento (Tolle, legge) te señaló la entrada del camino del corazón. Estoy escribiendo aquí el segundo volumen de mis Memorias, como sabes. En cuanto salga, allá por la primavera, te lo haré llegar. Recuérdamelo entonces, por si acaso, no vaya a ser que las rutinas de la vida me extravíen. La literatura es el líquido amniótico y el caldo de cultivo de nuestro mutuo afecto. No sé si te he dicho alguna vez, y en todo caso te lo digo ahora, que tú eres, entre los escritores vivos de nuestra literatura, junto a Luis Alberto, el poeta con el que más conecto. No creas que he olvidado nuestro matcha, aunque supongo que la casa de té de Malasaña que mencionaste entonces, ya no existirá. No importa. Buscaremos otra, compañero del alma, compañero. Hagámoslo. Sin falta. También, si te apetece, puedes caer por Castilfrío en cualquier momento del verano y quedarte allí cuanto desees. Tienes cama, mesa y amistad puestas. A la espera de que eso suceda te envío un abrazo fraterno.
* * *
Si crees, por la razón que sea, que debes o quieres hacer algo, no pidas permiso, porque te lo negarán. Hazlo. Sé fiel a ti mismo.
2023-04-11