Mi primera India (3): Hasta las monas

Unas seis horas tardamos en llegar en coche a Jaipur. El tráfico para salir de Delhi a través de la autovía que conduce a Bombay es desmesurado.

Cuento doce carriles. Nos movemos, eso es positivo. No transcurren más de veinte segundos sin que nuestro automóvil avance. Pero la distancia que recorre en cada acometida es testimonial.

Ni una sola mujer veo. Da igual en qué vehículo pose mis ojos, ya sea en coches, camiones o motos. No importa si miro hacia el asiento del conductor o hacia los de los pasajeros: ni una mujer.

—Yo he visto antes una —dice María.

Le pregunto a Hanu por qué es vegetariano. Me habla del sufrimiento animal. El hinduismo —desarrolla— comporta una serie de prácticas como el yoga, la meditación o el respeto a la vida de los animales.

Los indios hablan el inglés igual de mal que los españoles, pero en otra dirección.

Un alto en el camino para descansar unos minutos en un apeadero. Subimos a bordo con tres bolsas de patatas fritas de otro planeta.

Vacas con cara de sueño descansando sobre la hierba que crece en la mediana.

Apenas llegamos a Jaipur nos llevan a almorzar. La comida india es deliciosa y aunque la oferta vegetariana es amplia por razones deducibles, acaba resultando un tanto repetitiva. Claro que eso no es un problema para quien está acostumbrado a comer y cenar prácticamente lo mismo desde el año de gracia y del gallo de dos mil cinco de nuestra era. Amén. Namasté. Paz.

Un edificio está siendo reconstruido. ¿Los andamios? De madera: palos de madera atados con cuerdas. Qué. Cómo se te queda el cuerpo.

Ya lo he visto en otra ocasión —quizás ese mismo día—: los trámites en la India se ejecutan bajo un estricto mecanicismo: no existe saludo protocolario; el intercambio se hace en silencio; no hay palabras de despedida. En la práctica: Hanu detiene el coche, baja la ventanilla, le da unas rupias a un hombre que le entrega unos papelitos, sube la ventanilla y continúa. Ninguno de los dos dice nada. Ni hola, ni gracias, ni adiós.

El trámite ha consistido en adquirir nuestras entradas para el Templo de los Monos, que se halla a las afueras.

Es un lugar curioso; una ciudad en ruinas tomada por decenas de monos que saltan, comen, se pelean. Aguas verdes, niños que se bañan desnudos.

Hasta las monas se quedan embarazadas.

Nuestro hotel es uno de los hoteles que mejor impresión me han causado. Aparte de las comodidades acostumbradas, está decorado con notable gusto por lo retro que se manifiesta en detalles como enmarcar los televisores y colocarlos sobre un caballete a modo de cuadros, rodear de mármol los botones del ascensor o situar los teclados de los ordenadores de la recepción sobre pequeñas cajas de madera.

Enfrente del hotel, el Jal Mahal o Palacio del Agua.

2023-05-01

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