Crónicas coronavíricas (3): Te doy una canción

Día décimo primero tras el decreto del estado de alarma.
Acaba de llamarme una de los dos periodistas que han fundado el semanario digital La Retaguardia. Me ha preguntado si quiero colaborar con ellos. Le he respondido que encantado, naturalmente.
La semana pasada escuché unos ruiditos cerca de la puerta de mi casa, que enseguida olvidé. Más tarde descubrí que alguien había deslizado un papel doblado por debajo de la puerta. Lo desplegué.
La nota la escribía una vecina. Decía que al día siguiente comenzaba a teletrabajar y que aún no le habían instalado la fibra. Dejaba su número de teléfono y solicitaba ayuda en forma de alma caritativa que compartiese con ella su conexión inalámbrica a Internet.
Fotografié la nota y la tiré a la basura. A continuación me lavé muy bien las manos.
Valoré durante algunas horas si prestarle o no mi ayuda. Ganó un no dubitativo que al final se convirtió en definitivo.
Me da pena no haberle echado un cable. Pero empecé a pensar que tendría que cambiar la clave del router, cambiarla de nuevo después, que tendría que estar pendiente de sus horarios para no apagar el aparato y dejarla sin Internet, que me chuparía ancho de banda y eso podría comprometer el estado de la conexión a través de la cual teletrabajo…
Ha venido a visitarme un mirlo. Lo he visto dos días. Llega, se posa en una rama del árbol aún sin hojas que tengo enfrente de mi balcón, y permanece posado durante unos segundos, y se marcha. El mirlo es un animal precioso.
También viene de vez en cuando una pareja de aguzanieves. Pienso que pueden ser aguzanieves, pero no estoy seguro. El que sabia de pájaros era mi padre. Los identificaba por el canto o por la forma de volar.
Le escribí un soneto a María. Y ella me replicó con una canción. Te doy una canción, cantaba Silvio. Nadie me había escrito nunca una canción.
Cuarenta y siete mil seiscientos diez casos confirmados en España. Tres mil cuatrocientos cuarenta y cinco decesos.
2020-03-25
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