Abu Simbel no vale noventa y cinco euros

Abu Simbel no vale noventa y cinco euros,
que es el precio que cuesta la excursión.
Ars longa, vita brevis in the morning.
Aún queda un buen rato
para que asome el sol en Asuán.
Sostenido por dos horas de sueño
le digo adiós al ferry y parto con el grupo.
Tras doscientos ochenta kilómetros en bus
que el conductor recorre
pisando a fondo el acelerador,
constato lo temido: los cuatro faraones
—cuatro Ramsés II, vaya ego—
no tienen tanta altura. No impresionan.
Tampoco Nefertari aporta mucho.
Ni siquiera es su sitio original,
pues fueron recompuestos como puzles
cuando se construyó la nueva presa.
En cuanto al interior de estos dos templos,
no cabe un tonto más haciéndose retratos.
Y por si fuera poco,
afuera reproducen la gracieta
de colocar la palma de la mano
de modo que parezca que sostiene
los colosos sedentes. Qué ingeniosos.
Yo esto ya lo sabía. Rara vez me sorprende
ese ostinato pétreo que son los monumentos.
Pero estuve en Japón en dos mil quince
y regresé sin ver el monte Fuji.
Y eso deja secuelas. Es el FOMO
—the fear of missing out— del que hablan los psicólogos.
No me malinterpreten: el templo no está mal.
Simplemente no caigo de rodillas
aquejado del Síndrome de Stendhal.
Me gusta más el lago que está enfrente.
Y es curioso, pues sé de buena tinta
que no estoy solo en esto: entre el templo y la presa
la UNESCO tuvo claro de inmediato
cuál estorbaba a cuál.
2022-03-26
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